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Travesía Chamonix-Zermatt

Cómo resumir en dos o tres párrafos los sentimientos, los paisajes, las largas ascensiones con esquís y algunos de los más maravillosos descensos bajo la mirada de gigantes, la amistad de unos compañeros de cuerda y travesía con los que se comparten cosas que en el valle parecen banales y en la altura se magnifican…

La gran clásica de los Alpes, llevo varios meses preparándola con mimo, saliendo a correr a deshoras, bicicleta y esquí los fines de semana y he llegado a la casilla de salida en buenas condiciones físicas…

CIMG4762Subimos en el teleférico de Les Grands Montets, es tarde y empezamos el primer descenso sobre el Glaciar de Argentiere. Ponemos pieles, atravesamos el glaciar y empezamos a remontar hacia el collado de Chardonnet. En unos pocos minutos, en apenas ochenta o noventa metros de desnivel empiezo a notar que la cosa no va bien, empiezo a sudar; a sudar no, a derretirme. La mochila me pesa horrores. A la media hora no soy capaz de dar un paso, la cabeza empieza a mandar señales de derrota. ¿Qué hago yo aquí? No voy a ser capaz ni siquiera de alcanzar el primer collado de la semana y me quedan por delante miles de metros de desnivel hasta llegar a Zermatt. Pienso en la retirada, estoy a tiempo de bajar a Chamonix esquiando, coger el tren hasta Zermatt y esperar allí al resto del equipo. Qué triste, pero así no puedo seguir y se hace tarde, muy tarde. Hugo, nuestro guía y sobre todo un buen amigo, me anima. Nos conocemos hace años y ya hemos estado en muchas montañas juntos. Se para conmigo y con paciencia y mucha lentitud nos ponemos en marcha los dos. El resto del grupo se reparte algo del peso de mi mochila y Hugo carga con ella. Ni un sentimiento de culpa, ni un remordimiento por dejarles hacerlo, pues sí que estoy mal. Poco a poco empieza a entrar aire en los pulmones, un chute de barras energéticas y sin peso vuelvo a subir. Veo a Hugo con las dos mochilas delante de mí y el collado poco a poco se va acercando al tiempo que va refrescando y mis fuerzas vuelven a aparecer como por arte de magia.

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Superado el mal rato, el resto del día, o mejor de la noche ya que llegamos de noche cerrada al refugio de Trient, es como un sueño. La esquiada final sobre el glaciar de Trient a la luz de los frontales y la última subida hasta el refugio marcan a fuego ese largo día a fuego en mi memoria. Y los compañeros, los amigos, no tienen más que palabras de apoyo y ánimo, ni un solo reproche por retrasar al grupo y hacerles cargar con parte de mi equipo.

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El resto de los días de la travesía son maravillosos, no solo por el tiempo que nos acompañará a lo largo de todo el recorrido con un sol espectacular. Estamos a principio de temporada y los refugios están todavía semivacíos y los guardas aún no están saturados por lo duro de la temporada y el trato con el cliente.

Vamos dejando atrás Trient, Monfort, Dix –qué día tan largo y tan bonito-, la Pigne d´Arolla –altura máxima de la travesía-, Vignettes colgado sobre el precipicio… hasta la última subida al Col de Valpelline entre los Valles de Aosta y Zermatt. Vamos saboreando el ascenso, al otro lado está Zermatt y una larga, larguísima bajada nos espera bajo la cara norte del Matterhorn. De pronto, la pendiente cede y empieza a asomar la punta del Matterhorn ahí mismo, al alcance de la mano. Unos metros más y estamos arriba. ¡Qué espectáculo! El Cervino, ya que estamos en la misma frontera con Italia es majestuoso, pero la Dent D´Herens que literalmente se nos cae encima no le va a la zaga. A lo lejos los gigantes de Saas Fee y el Monte Rosa (este año caerás en mis redes, grandullón) y muy abajo y todavía invisible Zermatt. Creo que no soy el único que se emocionó allí arriba. Llevo muchos años viajando a los Alpes, pero muy pocas veces he tenido la sensación de felicidad pura que tuve en el Collado de Valpelline.

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Tras un espléndido descenso volvemos a la civilización, y a lo bestia. El glamour de las terrazas de invierno de las pistas de esquí de Zermatt nos saluda. Estamos a punto de llegar al pueblo y hacernos la foto de grupo tradicional junto a la Iglesia. Nos la hemos merecido. Unas pizzas rápidas en la plaza y, por supuesto, unas cervezas antes de volver a Chamonix en taxi donde pasaremos la noche. La vuelta por todo el valle del Ródano se hace extraña, mientras “desandamos la aproximación”. Una semana para llegar y en apenas tres horas estamos en la casilla de salida otra vez.

Un gran entrecotte y una fondue en el restaurante Le Monchu para recuperar fuerzas y unas copas en los garitos de Chamonix, rodeados de ingleses, cierran una semana de gloria, montaña y amistad.

El año que viene nos volveremos a encontrar todos otra vez, ¡Vamos a por ti Monte Rosa…!

Jorge

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