Pensando en un buen regalo de cumpleaños y un extraordinario comienzo de vacaciones de verano, el Tour del Monte Rosa se presentaba como una buena combinación, así que no dude ni un segundo en pedir la información necesaria para poder llevarlo a cabo.
Bastaron unos cuantos mapas y fotos de la zona para que una mañana de marzo saliese convencida y apuntada con cuatro meses de antelación. Era justo lo que buscaba, una aventura, un sueño, un paraíso por descubrir. Muntania me iba a ayudar a cumplirlo.
Una vez allí, el tiempo quiso darnos la bienvenida con un buen chaparrón, que nos obligó tras varias horas de ruta a darnos la vuelta al punto de comienzo. No podía ser, que después de tanto esperar el ansiado viaje, la lluvia quisiese hacerse presente. Por suerte no mas que un anuncio de lo bueno que nos iba a deparar, un sol radiante que nos acompañó el resto de los días puntualmente sin olvidarse de su cita con nosotros. Iba a ser cierto ese dicho que después de la tempestad viene la calma…y qué calma.
Fue una semana en buena compañía, donde los lazos entre compañeros se atan y te unen con intensidad. Cada día nos esperaba una gran recompensa, unos refugios de un millón de estrellas, donde la «mamma» nos ofrecía los mejores platos de la «cucina Italiana» que saboreábamos con gran ímpetu, haciendo como dirían en italia, «la scarpetta» para no dejar ni una miga de pan en el plato. Desde luego nuestras abuelas quedarían encantadas de vernos comer así. Era todo un espectáculo.
No sabría decir cual de todos los paisajes que vi me impresionó más, pero si tuviera que hacer una fotografía del momentos, me quedaría con ese amanecer el día de mi cumpleaños viendo la inmensidad de las montañas, y la lectura al finalizar el día tumbada con el único escenario de fondo: una laguna helada y el ruido de la nieve deshelando en ella. En esos momentos sientes la fusión completa con la naturaleza, y te empapas de ella sin darte cuenta, llenándote de vida. Ahí descubres que la felicidad son momentos.
Isabel Martín