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Sueños en el país del Sol Naciente.

Siempre pensé que los viajes se disfrutan ANTES, DURANTE y al FINALIZAR la experiencia.

 

Salí de viaje hacia Japón el 26 de septiembre, pero en verdad, creo que mi viaje  había comenzado meses ANTES, incluso años antes, cuando soñaba este país a través de las lecturas de mis escritores nipones favoritos: Kawabata, Soseki, Mishima,Tanizaki…), o a través de las películas de Kurosawa, Kon Ichiwaga,Mizoguchi …, a los que tendría que añadir alguna película de Doris Dorrie, y especialmente de Ozu, de cuyos “Cuentos de Tokyo” cuelga en mi habitación un retrato del entrañable cuadro familiar.

Así mismo pude leer ensayos tan supuestamente clarificadores como “El crisantemo y la espada”, amén del oportuno repaso a los “blogs “y testimonios que me ofrecía la más rabiosa modernidad. Lo cierto es que todos estos reflejos de la realidad japonesa, al llegar a mi destino, se mostraron, si no engañosos, cuando menos poco clarificadores, pues lo cierto es que las cosas son como somos, y el viajero, o turista, incorpora su conciencia y consciencia al viaje, y como afirmó Salinas “el paisaje somos nosotros”.

DURANTE el viaje, el país del sol naciente, me pareció un lugar de continuos contrastes. La modernidad más rabiosa convive con la más vetusta tradición. Así pasamos del cruce de Shibuya, trasunto oportuno de la escenografía de “Blade Runner”, al clasicismo de Kyoto y sus “maikos”. El tacto social y la educación más exquisita conviven con las lamentables borracheras que pueden observarse a ciertas horas en el metro de las grandes ciudades. Las mujeres japonesas, eternas niñas, conviven con la pornografía y la prostitución más evidentes. La más exquisita y refinada  estética oriental cede su lugar al consumo desenfrenado de productos occidentales…

Todo ello, favorece que durante el viaje tengamos la sensación de encontrarnos en un laberinto de incierta salida, en un desconcertante y cambiante caleidoscopio de sensaciones y percepciones; pero en mi opinión, ello constituye la esencia del viaje. No en vano, decía el zen que  “para encontrarse es preciso perderse”, y la continua y mágica desorientación que opera en un viaje a Japón, constituye sin dudarlo, su máximo aliciente. Durante mi viaje en ningún momento supe de fechas, de horarios y afortunadamente, se esfumaron  todas las certezas y certidumbres. A todo ello, podría sumar el relato de las cómicas experiencias sufridas en los inodoros japoneses, el amable desconcierto ante la  comida, incluso una compañera de viaje se llenó un plato de gomas elásticas de vivo color rojo, pensando que sería algún exótico encurtido, os podéis imaginar la cara de la cajera y sus risas contenidas. Podría describir paisajes mágicos como los Alpes japoneses, los bosques neblinosos del “Kumano Kodo”,

Semejante y hermanado al “Camino de Santiago”, o la serena belleza de Nara y sus cervatillos, Kyoto y sus “Tori” o entrada carmesí al mundo de los espíritus, el Fuyi, aunque tuvimos la mala suerte de no verlo embozado en su elegante manto blanco…,

 

El reconfortante té “matcha “o el amable recuerdo de sus habitantes y magníficos compañeros de viaje.

Ahora que ya volví, tras FINALIZAR mi viaje, disfruto de un recuerdo, quizás idealizado, quizás irreal…, conocer un país exige una prolongada permanencia, lujo vetado al turista, que NO viajero. Pero desde la humilde experiencia de este “curioso pertinente”; que NO turista, os recomendaría que viajarais al Japón, que no os perdierais el cúmulo de gratas experiencias que os deparará; que os extraviéis por sus calles, templos, mercados, pequeños restaurantes donde los trabajadores engullen “ramen” con ruidosa ansiedad, sus inigualables jardines, tradiciones, contradicciones, y sobre todo, que disfrutéis del viaje ANTES, DURANTE y al FINALIZAR la experiencia.

Creo que eso, se llama vida.

 

Mi reconocimiento y agradecimiento a Muntania Outdoors que hizo posible tan mágicos momentos.

Juan Carlos García

 

 

 

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