Hoy, la mañana sin viento me ofrece un momento de soledad y quietud para escribir.
La alegría de la evocación de un panorama sin fin…
Gentiles montañas azuladas nos acogen.
Mi espíritu se encuentra con la esencia de la nieve.
¡Qué hambre de silencio!
¡Qué sed de intimidad con la Naturaleza!
Otros anticipan el camino. Yo combato suavemente con la roca, la cadena, la inquietud de un músculo sagrado.
¿Qué efecto tiene en mí ese instante?
Il sole refleja con precisión su enigmática claridad. Le hablo de la belleza carnosa de algunas flores; del aroma olvidado de su perfume.
El equipo descubre el refugio cuyo color profetiza reposo.
Tomo la taza con las dos manos.
Pequeños sorbos. Pido otro té.
¿Me preguntáis que se mueve dentro?
Una tormenta.
Apaciguo mi pecho junto al perro que yace a la luz de la chimenea. No es extraño que le llamen Arena. Miro el tiempo en sus ojos.
Reticentes en nuestro estado de ánimo, nos recogemos bajo las mantas.
En las alturas,cada palabra se contempla.
La niebla desafía nuestro ascenso pero el cielo, repentinamente, rota. La bruma se disipa como si la cumbre del Perdido pensara en nuestras dudas.
Ya en la cima, cualquier emoción no se nombra.
Respiro desde los pies. Sonrío.
Y al descender, formas, trinos, modos de pensar imparciales, arroyos…
Corazones gozosos en el abrazo mutuo.
Regreso con el sentimiento de diluirme en lo familiar.
Antes, reconozco mis cadenas. Con ellas retorno. Sin resistencia. En equilibrio.
Un ladrido sonoro me despide.
Una cálida mano vuelve.
Unas cuerdas, forjadas por la ilusión, caen.
Esta noche, saldré a contemplar las estrellas. Moraré como un hombre salvaje de las montañas en la blancura de la nieve.
“Sólo el blanco para soñar” Rimbaud
Rocío Cenalmor González